Aprendiendo a amar el fracaso | Carta 6

A veces la tristeza no grita, solo se queda contigo en silencio. Esta carta nace de uno de esos días: los que duelen sin escándalo, pero dejan huella. ¿Cómo se aprende a convivir con el fracaso sin rendirse? Escribo desde ahí, cuando ya empieza a clarear. Quizás también te hable a ti, si estás aprendiendo a fallar sin dejar de avanzar.

3 de abril de 2025

Querido Maestro,

He intentado seguir tu enseñanza, esa que habla de mirar al fracaso de frente, dejar que me moje, que me empape entero. Y sí, cada vez me siento un poco más fuerte al salir. No porque no duela, sino porque ya no huyo tanto. Me dejo atravesar. Paso por dentro del túnel en lugar de bordearlo.

Estos días salgo de uno de esos túneles. Ha sido corto, pero intenso. Una tristeza densa, espesa como si la llevara metida entre los huesos. Quizá era solo cansancio acumulado, o la suma de demasiadas cosas que se me quedaron sin digerir. Ayer dormí diez horas seguidas, como si el cuerpo dijera “basta, déjame recoger los pedazos”.

Qué difícil es aceptar la tristeza. Qué difícil es no ponerle una sonrisa encima y seguir funcionando como si nada. Qué difícil también explicarlo a los demás sin que parezca que estoy rechazando su cariño. A veces solo necesito estar solo. No es por ellos, es por mí. Pero hasta eso me cuesta decirlo. Me cuesta incluso escribirlo aquí, contigo, que siento que me conoces más que nadie.

Y aún así, cuando intento contar lo aprendido, cuando hablo con alguien de esto… me oigo decir que hay que buscar el fracaso, que no se puede avanzar sin tropezar, que si no nos atrevemos a perder no vamos a ganar nunca de verdad. Pero mientras lo digo, noto algo raro. Como si no estuviera del todo convencido. Como si una parte de mí aún no se atreviera a creerlo del todo.

Y sin embargo, Maestro, algo dentro de mí sabe que este camino, por torpe que sea, está abriéndome otras puertas. Que esta forma tuya de mirar el fracaso empieza a calar. A lo mejor no me sale aún contarlo con firmeza, pero vivirlo… vivirlo ya me está cambiando.

Volveré a escribirte. Hoy solo quería sentarme un rato contigo.

Gracias por estar,
Tu alumno de siempre.


6 de abril de 2025

Querido alumno,

me emociona que me escribas justo en ese momento en el que uno no tiene claro si está saliendo del túnel o solo ha encendido una linterna dentro. Has dormido diez horas… eso no es huida, es abrazo. El cuerpo también tiene su manera de curarnos. A veces callado. A veces con sueño.

No sabes cuánto me alegra leerte decir que estás acostumbrándote al fracaso. Porque esa palabra, que tanto miedo da, tiene dentro un regalo precioso: la costumbre. Acostumbrarse a fallar es acostumbrarse a vivir con el alma despierta.

Tú me dices que ya lo sientes, que te atraviesa y luego te deja un poco más fuerte. Pues ahí está la magia. Esa fuerza no viene por haber evitado el dolor, sino por haberlo escuchado. Cada vez que fracasas y te quedas, en vez de escapar, estás creando raíces nuevas. Invisibles, profundas. No se ven, pero luego sostienen todo lo que hagas.

¿Y sabes qué? Tienes razón en que cuesta contarlo a los demás. Porque vivimos en un mundo que venera el resultado y teme el error. Nos educaron para corregirlo, no para comprenderlo. Pero tú no estás solo corrigiendo tu relación con el fracaso. Estás enamorándote de él. Y eso es otra cosa.

Enamorarte del fallo no significa desearlo por masoquismo. Significa entender que ahí, justo en el sitio donde te caes, es donde empieza lo verdadero. El fallo te muestra dónde mirar. Te obliga a preguntarte cosas que no te preguntarías si todo fuera fácil. Te conecta contigo.

Yo también dije muchas veces eso de “hay que buscar el fallo”, y a veces notaba la duda asomando en mi voz. No porque no creyera en ello, sino porque decirlo es fácil. Vivirlo… vivirlo es otra historia. Y tú ya lo estás haciendo.

Habrá momentos en los que te canses de ser el raro que no quiere evitar el dolor. Te pasará. Pero no te preocupes, porque tu camino no es convencer a los demás. Tu camino es encender tu propia luz. Y con el tiempo, esa luz ilumina más de lo que imaginas.

Gracias por escribirme desde ese lugar tan honesto. No hace falta que sepas explicarlo todo. Estás sintiéndolo, y eso basta.

No te digo que sigas, porque sé que lo harás. Te dejo, que aquí ya huele a pan y se me está haciendo la boca agua.

Un abrazo.
Tu maestro.

Suscribir
Notificar de
guest
0 Comments
Anteriores
Recientes Más votados
Opiniones integradas
Ver todos los comentarios
Carrito de compra