Parar sin sentir el fracaso | Carta 7

Hay decisiones que no duelen por lo que implican, sino por todo lo que arrastran detrás: promesas, expectativas, miedos. Esta carta nace en medio de una duda que no se grita, pero aprieta. Un momento en el que parar se siente como paz… y también como fracaso.

6 de mayo de 2025

Querido Maestro,

Perdona que últimamente solo te escriba cuando algo me confunde. A veces me descubro usándote como ese rincón de calma donde puedo sentarme sin juicio, como quien entra en casa después de un día largo. Pero hoy, antes de contarte lo mío, quiero preguntarte de verdad: ¿cómo estás tú?

Yo acabo de colgar una llamada y me he quedado con un nudo en el pecho, uno de esos que no se deshacen solo con respirar hondo. Era una de esas llamadas en las que, en teoría, debía vender. Pero no he vendido. Y no porque el otro no quisiera… sino porque yo no quería.

O mejor dicho: creía que quería. Hasta que me he visto haciéndolo mal. Saltándome los pasos que conozco, forzando las palabras, sin escuchar de verdad. Sin cuidar. Sin estructura. Como si hubiera dejado fuera todo lo que sé hacer… y me doy cuenta de que lo que estaba haciendo, en realidad, era sabotearme.

No es la primera vez que me pasa. Siempre me ocurre ahí, en las llamadas de venta. Después de mucho trabajo previo, llego a ese momento crucial desganado, sin preparación, sin ganas reales. Como si algo dentro de mí susurrara: esto no es por aquí. Y lo más fuerte es que no dudo de mí. Dudo del camino. De si esta es realmente la mejor forma que tengo de ayudar.

Mi programa está lleno de lo mejor que tengo para dar. Pero para que funcione, necesito implicarme mucho. A veces tanto, que me pierdo. Me cuesta poner límites. Me cuesta decir: hasta aquí puedo acompañarte. Y entonces venderlo se convierte en una amenaza. Porque venderlo es también comprometerme. Y comprometerme es abrir la puerta a volver a perderme.

Sé que tengo que mejorar. Preparar mejor las llamadas, investigar, llegar con los deberes hechos. Lo sé de memoria. Pero hay algo más profundo que no se arregla con una lista de tareas. Una voz que me dice, muy bajito pero con insistencia, que quizá no es esto lo que quiero hacer. Y esa voz me descoloca. Me remueve.

Porque si decido parar —o incluso solo posponerlo— aparece la culpa. El miedo a estar fallando. El peso de las expectativas ajenas. Como si tuviera que seguir solo porque ya dije que iba a hacerlo. Como si frenar significara fracasar.

Y sin embargo, cuando imagino parar —sin drama, sin renunciar, solo parar— siento una especie de paz. No euforia. No alivio. Paz. Un silencio que no grita, que no exige. Pero ese silencio también me da miedo, porque se parece demasiado al de quien está huyendo.

Tú que ya has pasado por esto, que sabes lo que es tomar decisiones sin manual de instrucciones… ¿Qué me recomiendas? ¿Me doy ese espacio para pensar, sentir, mirar con calma? ¿O me pongo firme y sigo adelante con el lanzamiento como estaba previsto?

A veces siento que si alguien de fuera me dijera: “está bien parar”, lo haría sin dudar. Pero necesito que esa voz venga de dentro.

Gracias por seguir ahí, incluso cuando escribo con estos “lloriqueos” que no son otra cosa que preguntas disfrazadas de cansancio.

Gracias por estar,
Tu alumno de siempre.


8 de mayo de 2025

Querido alumno,

Gracias por escribirme, incluso cuando lo haces con “lloriqueos”, como tú los llamas. No sabes cuántas veces he escrito yo también desde ese mismo lugar, con esa mezcla de claridad y confusión, de querer y no querer, de avanzar y frenar a la vez. Es un lugar incómodo, sí. Pero también es un lugar honesto.

Te entiendo. No porque lo haya leído en un libro, sino porque he estado ahí. Y si algo he aprendido con los años, es que cuando uno siente que algo se le hace cuesta arriba, no siempre es porque sea débil, o porque no valga, o porque esté huyendo. A veces simplemente es porque ese no es el camino.

Dices que dudas del programa, no de ti. Y eso es una distinción valiente. Porque el programa es solo una forma. Un vehículo. Y si el vehículo ya no te lleva a donde quieres ir, o si para conducirlo tienes que ir con el freno de mano puesto, quizá ha llegado el momento de bajarte y revisar el mapa.

No estás fallando a nadie por cuestionarte. Estás siendo coherente. Lo difícil no es tomar decisiones; lo difícil es escucharse de verdad antes de tomarlas. Lo que te da paz no puede ser el enemigo. La paz no es comodidad, es alineación. Y si al imaginar parar sientes paz, ahí hay una pista. No un veredicto, pero sí una pista.

Tampoco estás obligado a decidir ahora mismo. Puedes posponer sin huir. Puedes pausar sin rendirte. A veces la única manera de avanzar es parar un momento y volver a mirar.

Si me preguntas qué haría yo en tu lugar, te diría: haz espacio para ti antes de volver a hacer espacio para los demás. No apagues la alarma solo porque te molesta el sonido. Escucha lo que quiere decirte.

Y si decides seguir con el lanzamiento, que sea desde la decisión, no desde la inercia. Que no sea por cumplir con lo prometido, sino porque, a pesar de las dudas, algo dentro de ti lo desea con fuerza.

Recuerda que no eres un programa, ni una llamada, ni un lanzamiento. Eres mucho más que eso. Y aunque no lo veas, incluso cuando estás confundido, estás caminando. Estás creciendo.

Estoy orgulloso de ti.

Un abrazo.
Tu maestro.

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