Mi madre solía hablar de volar. No en aviones, ni con prisa, sino de esa otra manera: suspendida, en silencio, viendo el mundo desde arriba como si el tiempo también se detuviera. Le hacía ilusión montar en globo. Lo mencionaba con esa mezcla de inocencia y curiosidad que a veces tienen los deseos sencillos, los que no necesitan demasiadas palabras.
Alguna vez, cuando mi hermano y yo éramos adolescentes, hablamos de regalarle ese vuelo. Pero en aquel entonces, era algo que no podíamos permitirnos. Lo imaginábamos, claro. Ella con una sonrisa, agarrada a la barandilla, con la tierra alejándose poco a poco. Pero los años pasan y las prioridades cambian. Y ese regalo se quedó ahí, flotando, como una promesa sin fecha.
Años después, volvimos a hablar del tema. Ella ya no lo veía igual. “Ahora no me apetece tanto”, dijo, mientras hacía otra cosa, como si fuera un pensamiento que hubiera envejecido sin pena ni gloria. Y no hizo falta más. No había reproche, ni pesar. Solo esa ligera bruma que queda cuando algo querido se deja de mirar.
No sé por qué, pero esa frase se me quedó dentro.
No como una espina, sino como una pregunta. De esas que no hacen ruido, pero que aparecen de vez en cuando, cuando te paras. ¿Qué pasa con lo que quisimos? ¿Dónde se guardan los deseos cuando dejamos de mirarlos?
Compuse “Viaje en globo” pensando en eso. Pensando en ella. En cómo una ilusión puede cambiar de forma, pero seguir siendo hermosa. Empezó como empieza todo lo que me importa: con una melodía que no se quiere ir. Unas pocas notas, sencillas, casi tímidas. Algo que pudiera quedarse con ella, acompañarla, como quien tararea sin querer mientras recuerda algo bonito.
Esa primera frase es un anhelo. El latido de algo que pide su momento.
La música avanza, se llena, se enreda. Como la vida. El deseo sigue ahí, pero el ritmo lo tapa, lo difumina. Hay días, hay trabajo, hay hijos, hay años que pasan sin darnos cuenta. Pero en el fondo, muy al fondo, la misma melodía. Sostenida. Inmóvil. Esperando.
Y entonces, de pronto, todo se aclara. La melodía vuelve, intacta, pero ya no es igual. Suena más plena, más sabia. No más triste, no. Solo distinta. Como si ahora supiera que el tiempo no es enemigo de los sueños, sino parte de ellos.
Hablando de todo esto con mi madre me dijo una gran verdad: las ganas no esperan eternamente. Si lo sientes hoy, hazlo hoy.
Ese pensamiento, esa sensación, me acompañó muchos días. No para empujarme, ni para apurar nada, sino para recordarme que a veces basta con un gesto, con mirar hacia dentro y dejarse llevar por lo que late. No era solo su deseo el que volvía, era también el mío.
Me hizo pensar en ese beso que no di. En aquella vez que no me atreví. En todo lo que alguna vez quise y se me quedó en las manos, por miedo, por dudas, por no ser el momento. Y me prometí, sin grandes palabras, que no volvería a dejarme con las ganas. Que si algo me llamaba, aunque fuera bajito, lo escucharía.
Creía que estaba hablando de ella, de su deseo, de su viaje en globo… pero, como tantas veces, mi madre me enseñó algo más grande. Me enseñó algo sobre mí.
Supongo que eso hacen las madres sin proponérselo. Nos muestran el mundo y, sin saberlo, nos muestran quiénes somos.
Grabarla fue otra historia. Porque esta pieza también me empujó a cumplir algo mío.
Siempre quise hacer un videoclip que de verdad me llenara. No solo tocar, sino crear una imagen que acompañara a la música, que la elevara. Y esta vez, no esperé. Elegimos el Alcázar de Segovia, ese castillo que parece flotar sobre la ciudad como si también quisiera alzarse, romper el suelo y buscar el cielo.
Allí, entre torres que guardan siglos y piedras que han visto pasar tantas cosas, pusimos la guitarra a sonar. El aire era limpio, cortante, y cada nota parecía buscar su espacio entre la historia y el presente. Las cámaras apuntaban, el dron subía, y yo sentía que algo se cerraba. O tal vez que algo empezaba.
No sé si algún día subiremos con mi madre a un globo. Quizá sí. Quizá no haga falta. Porque hay deseos que se cumplen de otras maneras. Y porque a veces, basta con recordar que lo que uno quiere, lo que uno ha querido de verdad, nunca se pierde. Solo cambia de forma. Solo espera.
Pablo Romé
Puedes encontrar la partitura de "Viaje en Globo" aquí.
Bravo, Pablo!
Qué bonito!
Qué gusto verte tocar!
Gracias Esther!